8 may 2013

Hablar de crisis es ir mas allá de los cálculos

No se sabe a ciencia cierta cuando acabará la larga agonía económica, política y social en la que Europa se encuentra sumergida desde hace ya mas de un lustro. De hecho, ni tan siquiera existe una ley natural que pronostique el fin irreversible de la ya denominada "Gran recesión". Al fin y al cabo, la economía, por mucho que algunos economistas con exceso de fe piensen en lo contrario, no deja de ser una actividad creada por y para la sociedad. Lo que pronostique el Gobierno de turno, la Comisión Europea, el Banco Mundial o cualquier otra comisión de expertos y tecnócratas no deja de ser una construcción estadística basada en estimaciones y fórmulas que no predicen el futuro, sino que tan sólo lo estiman en base al pasado. Mientras tanto, los portavoces de turno nos hablarán de "brotes verdes", de anticipaciones sobre el final de la crisis para dentro de un lustro o de dos, de décadas perdidas y de otras e innumerables expresiones realizadas para hacer creer a la gente que todo esto no es mas que un bache tolerable dentro de un sistema económico ideal e irreversible.

El problema de este enfoque, que denota una clara falta de visión sobre lo que representa la economía como artefacto social, reside en el hecho de que sólo tiene en cuenta los elementos cuantitativos de nuestras economías y sociedades; haciéndonos creer que todo es básicamente una cuestión de gráficos, de tasas interanuales y de porcentajes. Pero hablar de crisis económica no es sólo un problema de cuantificación, sino de calificación. Sólo con ello puede entenderse la deriva actual de las sociedades europeas hacia una era basada en el recelo del uno hacia el otro; hacia un tiempo en el que la desconfianza, el nacionalismo desbocado y el egoísmo campan a sus anchas.

Mas allá de los números y del "cuando acabará la crisis", valdría también que nos preguntemos en qué condiciones lo haremos. O mejor dicho, si las condiciones en las que lo haremos puedan llegar a ser tan graves que, por muchos dígitos que se nos pongan por delante, la idea de "salir de la crisis" sea una contradicción en sí misma. ¿Acaso tendremos menos crisis si, aún creciendo económicamente, el odio o incomprensión entre una Europa llamada "del Sur" y otra "del Norte" se convierte en un mensaje político de calado durante las próximas décadas? ¿Será suficiente para España hablar del "final de la crisis" tan sólo con criterios económicos sin referirse al desarrollo de una sociedad cada vez mas disgregada, cada vez mas basada en las viejas castas y clases, y cada vez mas tendente hacia el odio entre sus regiones y pueblos?

A largo plazo, es posible que se reduzcan o atenúen los insoportables datos referentes al paro o a ese cinismo especulativo conocido como "prima de riesgo". Sin embargo, ¿qué ocurrirá con la crisis moral, política y social en la que nos encontramos ahora mismo? 

Por mucho que se dediquen a prolongar datos estadísticos, por mucho que se dediquen a usar regla y cartabón para prever un supuesto punto y final a la crisis, hay muchas cuestiones que quedan en el aire. La crisis ha trastornado a los pueblos de Europa y los ha situado en un camino directo hacia el ensimismamiento, hacia el nacionalismo rancio y hacia el populismo de la desesperación. No basta con trazar líneas tangentes que se prolonguen hasta el 2025 o hasta dentro de tres siglos para darse cuenta de que aquí se encuentra gran parte de la gravedad del asunto. Cuando la crisis es de sentimientos políticos y de moralidad, los cálculos no valen. Pero sin una Europa con mas empatía, con mas solidaridad y con mayor cooperación entre sus gentes, ningún gráfico será capaz de declarar el final de la crisis. Esperamos con ansia mejores datos, si, pero también mejores hechos, mejores palabras y mejores sentimientos. 


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