17 may 2013

Por el mismo rasero

Esta intransigente realidad nos tiene absurdamente acostumbrados a contabilizar, medir, cuantificar... cada aspecto de la vida, sin dejar lugar a la incertidumbre ni tolerar las desviaciones de rumbo. Contar, recontar, enumerar, computar cada variable, cada exhalación.

Esta intolerante materialidad objetivada da luz a nuestro camino. De hecho, oscurece el resto de senderos. En esta deriva enumeradora, es necesario plantear de qué manera se puede justificar con una cifra, por ejemplo, el dolor de una madre y un padre en el justo momento en que sus hijas o/e hijos tienen que partir, obligados, a otra tierra en búsqueda de las oportunidades que la suya no supo ofrecerles. ¿Cómo podríamos medir eso? Es evidente que la prima de riesgo no ofrece una respuesta de garantía. Quizá sí tendríamos la oportunidad de medir el volumen de la masa de lágrimas que se deslizarán por los carrillos de esos padres; o bien podemos armarnos de un compás y una regla, echar un par de cuentas y por fin, así sí, tendremos el tamaño exacto del nudo de sus gargantas.

¿Y los amigos que no tuvieron la ocasión? ¿Y los amantes que no se dieron todo cuando debieron hacerlo?, ¿no merecen ellos no verse precipitados a las despedidas? ¿Cómo cuantificamos todo esto? No nos vale que haya subido la bolsa en Tokio, Wall Street o Milán. Tampoco nos sirve lo que esté pasando en esa paralela realidad del Ibex, porcentajes, gráficos, flechas en rojo y en verde.

¿Y los que ya se fueron y no ven un futuro cierto en su casa? Puede que sí hallemos en este caso la magnitud: nostalgia; y su unidad básica de medida: el trago. El trago de melancolía. El trago de añoranza. Y con probabilidad, los que marcharon entiendan que posiblemente su casa ya es ese lugar, y que ni las embestidas de la morriña les hará regresar por temor al desasosiego.

Quizá nunca vuelvan los migrantes. ¿Cuál es la variable que nos va a revelar el coste de la soledad? Desde luego no lo hará el precio del billete de avión rumbo a su nueva vida, ni el tiempo perdido en las escalas. Probablemente se podrán echar cuentas de los anhelos, suspiros, aflicciones... e incluso podremos cronometrar los minutos, horas, años que duran las amarguras.

Quizá nunca retornen los migrantes. Aunque sea matemáticamente imposible la medición de los estragos que causan los hasta pronto, parece razonable pensar que, ni siquiera en un pueblo tan históricamente encamado con las migraciones como el español, dejaremos de intentar darle una medida a la vida.

Quizá nunca regresen los migrantes, pero si lo hacéis, bienvenidos. 

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